La Primera Guerra Mundial...
¿preludio de la Era final del hombre?
(Parte I)
Éste es el primero de tres artículos que aparecerán en números consecutivos.
“DIRECTAMENTE hasta París” era el alarde del lema garabateado a mano sobre el lado del coche de ferrocarril. El tren partió con rumbo al frente de guerra, crujiendo bajo su carga de alegres soldados alemanes. ¡Una rápida victoria —para el káiser y la patria— parecía inevitable! Era agosto de 1914.
Una euforia intensa sobrecogió a Alemania cuando el káiser Guillermo II declaró desde el balcón de su palacio: “No hay más partidos ni confesiones; solo veo alemanes; hoy todos somos hermanos, nada más. Por otra parte, si nuestro vecino no concuerda al respecto, si no está dispuesto a estar en paz con nosotros, entonces espero en Dios que nuestra confiable espada alemana salga victoriosa de esta difícil lucha”. En cuestión de días, 1.200.000 alemanes respondieron a la llamada a las armas. “¡La paz era tan aburrida, aburridísima!”, escribió un voluntario.
Pero pocas personas previeron los horrores de la guerra moderna. Aún menos personas previeron que la guerra sería, no un breve concurso de habilidad militar, sino, más bien, una prolongada pesadilla de desgaste, agotamiento y hambre. Antes que se envainara la espada de la guerra, los campos de batalla estarían saturados con la sangre de millones de personas. Las fronteras nacionales quedarían tan alteradas que no se podrían reconocer.
Y naciones orgullosas se atragantarían al beber de la humillante copa de la derrota.
Los estadistas y eruditos prodigarían sus acertadas frases tocante a la guerra, llamándola ‘un punto de viraje en la historia’, ‘la guerra que terminaría con todas las guerras’. Se escribirían tomos enteros acerca de ella. Se desatarían debates, casi tan feroces como las batallas de las trincheras, en cuanto a quién era el culpable de la guerra. Y hombres llenos de temor, buscando a tientas palabras tranquilizadoras, aceptarían ávidamente las predicciones de paz. No obstante, dichas predicciones fracasarían a medida que la guerra mundial azotaba de nuevo, dejando como legado la perspectiva de la aniquilación nuclear.
Aunque ya han pasado casi 70 años desde el comienzo brutal de la primera guerra mundial, no nos atrevemos a olvidarla. Las rivalidades nacionales y las tensiones amenazan ahora la misma supervivencia de la humanidad. ¿Pudiera ser que aquella primera de las guerras mundiales fuera solo un ensayo para un desastre termonuclear... preludio de la Era final del hombre? ¿O habrá escarmentado el hombre? Tal vez podamos obtener algunas contestaciones satisfactorias por medio de investigar cómo se permitió que ocurriera aquella guerra.
Los orígenes de una Guerra Global
Las semillas de la llamada Gran Guerra se sembraron en los años 1800. Para fines de aquella Era, las naciones imperialistas habían parcelado el mundo a tal grado que quedaba poco para conquistar. ‘La expansión es necesaria para nuestra supervivencia y prosperidad’, afirmaban los conquistadores. Pero el imperialismo también produjo tensión. Y cuando Alemania, en 1871, consolidó su poder político y militar por medio de formar el segundo Imperio Alemán, se multiplicaron las tensiones en Europa. Ante un frente unido, los rivales de Alemania se vieron obligados a armarse para mantener equilibrado el poder. Pero la enconada carrera de armamentos que resultó de esto tenía tras ella el ímpetu de la revolución industrial.
Las nuevas tecnologías produjeron nuevos instrumentos de terror que cambiarían para siempre la naturaleza de la guerra.
Con el comienzo del nuevo siglo también se vio la fundación de movimientos nacionales a favor de la autogobernación. Grupos étnicos, como los franceses de la zona de Alsacia Lorena, controlada por los alemanes, y los yugoslavos esparcidos por Austria-Hungría y Serbia, se sentían atrapados por fronteras nacionales que se habían formado sin tomar en cuenta ni idioma ni cultura. Su impaciente deseo de unidad y libertad política era una constante fuente de fricción entre ellos y sus gobiernos.
Aún otro factor era la teoría de la evolución, que iba haciéndose cada vez más popular. Ciertas personas veían en la noción de la selección natural (la supervivencia del más apto) un modo de explicar los conflictos políticos. El libro Juli 1914, por el historiador alemán Imanuel Geiss, muestra los resultados de tal pensar: “En la mente de los alemanes se había arraigado firmemente la idea, fomentada por prominentes historiadores alemanes, de que [...] Alemania podía optar por estancarse, perdiendo así su posición como estado principal de Europa, o llegar a ser una potencia mundial a la par con las demás.
La base [de este parecer] provino de un darvinismo socialista biológico que infestó particularmente a Alemania y que rechazó el orden mundial racional y pacífico como algo imposible y utópico, y lo sustituyó con una lucha de cada cual contra los demás”. (Las cursivas son nuestras.) Esta ideología distorsionada promovió el espíritu de que la guerra era inevitable.
Sucesos antes de la guerra
Antes de la Gran Guerra, las naciones inconscientemente dieron aún otro paso hacia la guerra... se apresuraron a establecer alianzas militares. El Imperio Alemán formó una alianza con Austria-Hungría en 1879, la cual se extendió en 1882 para incluir a Italia. Se llamó la Alianza Triple. Pero los diplomáticos alemanes no pudieron alcanzar ningún acuerdo como éste con Inglaterra, Rusia ni Francia. Ante una Alemania ambiciosa, estas naciones se vieron obligadas a poner a un lado sus diferencias y procurar una meta común: el mantener sus propias posiciones de poder.
Inglaterra, que se jactaba de su supremacía marítima, se sentía especialmente amenazada por la rápida expansión naval de Alemania. De modo que en 1904 Gran Bretaña llegó a un acuerdo con Francia, el cual se formuló en el Entente Cordiale. Éste se extendió tres años después en la forma del Triple Entente, para incluir a Rusia, la cual ya se había aliado con Francia en 1894.
Así, sin que se disparara un solo tiro, los beligerantes se agruparon irrevocablemente unos contra otros. Si no se hubieran formado dichas alianzas, la guerra podría haberse por lo menos demorado mediante negociaciones prolongadas. Pero puesto que ahora había poca duda en cuanto a quién apoyaba a quién, dichas negociaciones resultarían irremediablemente inútiles.
El mosaico de alianzas europeas que supuestamente se establecieron para eliminar la amenaza de la guerra por lo contrario hicieron de aquel continente un polvorín. Y secretamente oculto, listo para precipitar la batalla, estaba el “infalible” plan de guerra de Alemania. Con éste, la victoria parecía segura... con tal que los alemanes atacaran primero.
Lo que inesperadamente provocó la guerra
El 28 de junio de 1914 el príncipe heredero Francisco Fernando, de Austria-Hungría, y su esposa, Sofía, fueron asesinados mientras realizaban una visita de estado en Sarajevo. Fernando, quien solo desempeñó un papel insignificante en la historia mientras estuvo vivo, provocó al morir un desastre mundial. ¿Quién lo asesinó? Un serbio. Airadamente, Austria-Hungría culpó a Serbia del asesinato.
Pero ¿por qué tal hostilidad para con ese pequeño país? En primer lugar, Serbia resplandecía con el éxito de recientes victorias militares y económicas. Los líderes de Austria-Hungría temían que esto podría inspirar a los yugoslavos, quienes todavía estaban bajo la dominación austrohúngara, a pelear por la unidad con sus parientes de Serbia. El espectro de que interviniera Rusia, poderoso aliado de Serbia, también representaba una gran amenaza para Austria-Hungría.
Así, la muerte de Fernando a manos de un serbio dio a Austria-Hungría la oportunidad de humillar a Serbia bajo el pretexto de que ésta había cometido un atropello moral. Por supuesto, hasta los más enérgicos defensores de la guerra se dieron cuenta de lo necesario que era el apoyo de Alemania para ganar tal guerra. De modo que el 5 de julio de 1914 el káiser Guillermo II prontamente prometió que “Alemania, debido a su acostumbrado vínculo de lealtad”, respaldaría a Austria-Hungría si Rusia intervenía. Esta decisión produjo consecuencias trascendentales.
Aunque al principio parecía posible mantener tal guerra dentro de los límites locales, pronto se hizo tristemente evidente que la lucha se intensificaría hasta convertirse por lo menos en una guerra continental. Tan temprano como el 7 de julio el canciller alemán Bethmann-Hollweg reconoció que “el tomar acción en contra de Serbia puede resultar en una guerra mundial”. (Las cursivas son nuestras.) Sin embargo, Alemania estaba dispuesta a correr el riesgo.
Teniendo en sus manos un “cheque en blanco” del apoyo de Alemania, el 23 de julio Austria-Hungría envió a Serbia un ultimátum devastador y le impuso un plazo de 48 horas, con el cual era casi imposible cumplir. Austria-Hungría se preparó para la guerra. ¡Pero ésta quedó sorprendida cuando Serbia removió toda razón válida para la guerra al aceptar casi todas las duras demandas! No obstante, los líderes de las naciones habían perdido el control de los sucesos.
La guerra había ganado su propio ímpetu. Comprometida a sus planes de guerra, Austria-Hungría declaró la guerra a Serbia de todos modos. Rusia respondió por medio de movilizar sus tropas. Los asesores militares de Alemania ejercieron presión sobre los líderes gubernamentales para que éstos tomaran medidas inmediatamente... ¡su plan de guerra lo exigía! De ambos lados, líderes ineptos e indecisos respondieron por medio de cometer un error increíble tras otro.
Así, que el progreso de la guerra se hizo irresistible, y era tan imparable como aquel tren que llevaba a las tropas alemanas de prisa hacia el frente.
En nuestro próximo número, en la Parte II, se considerarán los resultados de la guerra.
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La Primera Guerra Mundial...
¿preludio de la Era final del hombre?
(Parte II)
En nuestro número anterior, la Parte I explicó cómo los líderes de las naciones permitieron que el asesinato del archiduque Fernando culminara en una guerra. Europa —y, en poco tiempo, el resto del mundo— entró violentamente en una nueva Era. ¿Será ésta la última Era del hombre?
“GANAREMOS fácilmente la guerra”, alardeaba un soldado alemán. “¡Durará solo unas cuantas semanas y ganaremos la victoria!” Y el día antes de la guerra muchas personas sentían esta misma seguridad. Las campañas de propaganda fueron sumamente eficaces en cuanto a convencer a un público ingenuo de que se podía ganar la guerra rápidamente.
El historiador Hans Herzfeld dijo: “La condición, que rayaba en la excitación extática, que los pueblos de Europa, consentidos por un largo período de paz, experimentaron al entrar en el ‘Armagedón’ de la I Guerra Mundial se hace pasar hoy muy sencillamente por algo incomprensible, tanto substancial como sicológicamente. Pero ésta es parte de este punto de viraje en la historia, a tal grado que si no se entiende dicha ola de entusiasmo y prontitud a hacer sacrificios, la naturaleza histórica de la catástrofe sería prácticamente incomprensible”.
La resistencia belga... señal para Alemania
La esperanza de Alemania de ganar una victoria rápida sobre Francia se basaba mayormente en su estrategia de guerra. Ésta consistía en una versión modificada del “Plan Schlieffen”, el cual era engañoso por lo sencillo que era. Las tropas alemanas cruzarían Bélgica y entrarían en Francia por “detrás”, para así evitar las fortificaciones a lo largo de la frontera francesa. Era esencial atacar primero —y rápidamente— para que este plan tuviera éxito. Sin embargo, nadie había contado con que los belgas presentarían mucha resistencia.
Solo por un momento se ve como figura prominente en la historia al rey Alberto de Bélgica. Alemania exige que se permita a sus tropas pasar por Bélgica sin que ésta intervenga. Al dirigirse al Consejo de Estado, el rey Alberto dice: “Nuestra contestación tiene que ser ‘No’, sean cuales sean las consecuencias”. Por lo tanto, las tropas belgas organizadas a prisa pelean ferozmente, con furia, contra los ejércitos invasores.
Los propagandistas inmediatamente minimizaron este golpe que recibió la moral alemana. Los parientes de los hombres que murieron en la campaña de Bélgica, recuerda una alemana de edad avanzada, “recibían papeles conmemorativos con el retrato de un ángel, los cuales decían que el soldado había muerto ‘por el káiser y por la patria’”.
Alemania aplasta a la pequeña Bélgica. Pero su invasión de este país neutral encoleriza al mundo. Inglaterra decide inmediatamente que no se quedará con los brazos cruzados mientras Alemania se traga a Europa. El 4 de agosto Inglaterra declara la guerra. Así la resistencia belga resulta ser una señal de advertencia para Alemania. La victoria de ningún modo será “cosa fácil”.
La guerra se ha convertido ahora en una guerra mundial.
El historiador Gerhard Schulz explica: “La guerra se convirtió en una guerra mundial por el mismísimo hecho de que la unidad del Imperio [Británico] se mantuvo durante toda la guerra, de modo que las potencias aliadas de Inglaterra, Francia y Rusia tenían acceso a los recursos de todo el mundo”. Poco después el Imperio Otomano (ahora Turquía) llega a ser aliado de Alemania, Japón se une a los aliados, y hasta algunos países de Centroamérica y Sudamérica se unen a la lucha contra las Potencias Centrales. Para fines de la guerra, pocos países podrán jactarse de haber permanecido neutrales.
Los estudiantes de la Biblia hallarían un nuevo significado a la asombrosa profecía de Jesús: “Porque se levantará nación contra nación y reino contra reino”. (Mateo 24:7.)
Estancamiento en los frentes de guerra
Los soldados alemanes avanzan ahora hacia París, a pesar de la resistencia francesa. Sin embargo, a solo pocos kilómetros de París, la maquinaria de guerra alemana falla. Debido a la falta de buena comunicación y la indecisión de los líderes militares alemanes, los Aliados se reorganizan y lanzan un contraataque devastador. En la batalla de Marne el ejército alemán se ve obligado a efectuar una humillante retirada. No obstante, los alemanes se atrincheran y aseguran una posición. Los ejércitos aliados hacen lo mismo. Ahora una mortífera tierra de nadie separa a las tropas atrincheradas.
Durante muchos meses la guerra se convierte en un juego intermitente que consiste en una guerra de trincheras... los soldados arriesgan su vida en una tierra de nadie, lanzándose granadas unos a otros y retirándose de prisa. La sangre humana fluye como el vino en una jarana de borrachos, sin que ninguno de los dos lados esté un día más cerca de la victoria. Períodos de silencio inquietante interrumpen el pelear esporádico, y durante éstos los medios de noticias informan: “Sin novedad en el frente occidental”.
Los períodos de batalla son brutales. Un soldado alemán recuerda: “Yo operaba una ametralladora, y esto significaba que yo siempre estaba en las filas del frente. Dejábamos que los franceses se acercaran a unos cien metros de distancia [110 yd], y entonces abríamos fuego sobre las enormes masas de tropas que se acercaban [...] sencillamente barríamos al enemigo”. ¡Muertes que carecían de sentido! Las batallas de 1916 en Verdún y en Somme duran meses y “cuestan la vida a cientos de miles de soldados en ambos lados”.
Armas diabólicas contribuyen al terror de las batallas. Noventa y dos por ciento de las bajas de la guerra se atribuyen a la ametralladora. Un juego de cañones alemanes, que popularmente se llaman “Big Bertha”, hacen llover la muerte sobre París desde la distancia sin precedente de 122 kilómetros (76 millas).
Los soldados se familiarizan con el zumbido del avión... que primero se usaba principalmente para misiones de reconocimiento, pero luego como arma letal. Los marineros viven atemorizados por los ataques de los submarinos.
Y hasta el gas venenoso —que a veces es tan devastador para el atacante como para aquellos a quienes ataca— llega a ser parte del arsenal. El historiador Herzberg llama a la batalla que se peleó con gas venenoso en Ypres en 1915 “uno de los sucesos más mortíferos de la guerra”, el cual costó la vida a más de 100.000 personas. No obstante, la guerra de trincheras en el frente occidental continúa siendo un estancamiento frustrante.
Pero en el frente oriental los líderes militares alemanes Hindenburg y Ludendorff logran obtener victorias tan asombrosas en contra de la mal preparada Rusia que se les da el apodo de los invencibles semidioses de la guerra. No obstante, en el invierno de 1914-1915 se desarrolla también un punto muerto en el este. Por meses, la guerra fluctúa irresolutamente como la marea. Tan tarde como en 1917 parecía que nadie sabía quién iba a ganar.
Cambia la marea de la guerra
En 1917 Rusia queda inmovilizada por una revolución. El nuevo gobierno bolchevique pide inmediatamente la paz con Alemania, lo cual le alivia temporalmente la carga de estar guerreando en dos frentes. No obstante, a Alemania no se le hace posible sacar ventaja de estos sucesos, pues un enemigo formidable entra ahora en la guerra. En 1915 el hundimiento del barco Lusitania causa resentimiento en los Estados Unidos en contra de Alemania.
Y en 1917 Estados Unidos entra oficialmente en la guerra. Pero antes que llegue la ayuda estadounidense, los alemanes intentan desesperadamente lanzar una ofensiva. Pero el poco terreno que ganan es eclipsado por la enorme cantidad de muertes. Los aliados sufren muchas bajas también, pero la ayuda cada vez mayor que fluye de los Estados Unidos es más que suficiente para compensar las pérdidas. Las ofensivas alemanas se convierten en retiradas.
Pero la derrota no se debe solamente a las pérdidas en lo militar. La economía alemana se derrumba por completo. Los bloqueos de los aliados —y el mal tiempo— contribuyen a las pérdidas y producen severas escaseces de alimento. Un alemán recuerda: “Aunque las cosas se habían racionado por largo tiempo, las raciones simplemente fueron haciéndose más pequeñas”. Durante el invierno de 1917 los alemanes hambrientos tienen que conformarse con el humilde nabo como alimento principal. Lo llaman amargamente “el invierno de los nabos”.
Los esfuerzos por ampliar su dieta con sustitutivos horrendos —todo desde aserrín hasta gusanos— resulta completamente ineficaz. Como lo recuerda un testigo ocular: “El hambre era un enemigo que Alemania no podía vencer [...] Muchas familias habían perdido tanto al padre como a los hijos. Ahora todo lo que veían ante ellos era la enfermedad, el hambre y la muerte”. Unas 300.000 personas mueren de desnutrición y enfermedad. La nación está a punto de rebelarse.
A Austria-Hungría no le va mucho mejor a medida que su imperio comienza a desintegrarse... las naciones miembros o piden la paz o declaran su independencia. Ante una moral derrumbada, provisiones que van menguando y una cantidad masiva de ejércitos aliados, a las Potencias Centrales no les queda más remedio que rendirse.
Desde las 11 de la mañana del 11 de noviembre de 1918 cesa el rugir de los cañones.
En nuestro próximo número, en la tercera parte de esta serie, se considerarán los resultados de la guerra y los esfuerzos de la posguerra para mantener la paz.
[Nota a pie de página]
En Europa: solo Dinamarca, Holanda, Noruega, Suecia, Suiza y España. En las Américas: Argentina, Chile, Colombia, México y Venezuela. En Asia: Afganistán y Persia. En África: Abisinia.
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La Primera Guerra Mundial...
¿preludio de la Era final del hombre?
(Parte III)
En nuestro número anterior, la Parte II consideró cómo la guerra se intensificó hasta convertirse en un conflicto mundial. Después de una agotadora guerra, los ejércitos de los Aliados obligaron a las Potencias Centrales a rendirse.
¿Había nacido una nueva Era de paz?
“A ESO de las once de la mañana, poco antes o poco después, no estábamos seguros, no importaba ya —recuerda Daniel Morgan, veterano de la I Guerra Mundial—, los cañones cesaron de disparar. Parecía como si todo se hubiera detenido, hasta el movimiento de la Tierra sobre su eje. ¡Qué silencio absoluto tan desconsolador! Un silencio enloquecedor. No parecía normal. El silencio era peor que el ruido de la batalla.”
Por toda Europa, poderosas máquinas de guerra descansaron el 11 de noviembre de 1918. Sin embargo, la nueva paz trajo poco regocijo a muchos soldados. Pasarían muchos meses y años antes que dejaran de atormentarlos las horrorosas imágenes de la muerte, cuerpos mutilados y llantos ahogados.
Pero en lugares como Londres y París, las campanas que anunciaron la undécima hora produjeron una explosión de alegría. Personas que no se conocían se abrazaban unas a otras. Parejas bailaban en las calles. Años de privación y penalidades parecían haber desaparecido ahora en la euforia de la paz.
Hasta los derrotados alemanes hallaron causa para regocijo: la abdicación del káiser. ‘¡Por lo menos estamos libres de nuestros caudillos que abogaban por la guerra!’, pensaban ellos. No obstante, pocas personas se imaginaban lo amargos que resultarían ser los frutos de la derrota.
Consecuencias de la guerra
La guerra produjo cambios radicales. Alemania fue despojada no solo de sus colonias en el extranjero, sino hasta de algunos de sus territorios europeos. El káiser huyó al exilio. Austria-Hungría —que en un tiempo abarcaba un territorio muy extenso— fue dividido en segmentos. Su monarquía de Hapsburgo cesó de existir. Su aliado Imperio Otomano (Turquía) quedó reducido a la impotencia. En Rusia, la revolución dio origen a la Unión de las Repúblicas Soviéticas Socialistas... una fuerza con la cual el mundo tendría que contender después.
Por toda Europa, interminables filas de cruces blancas que marcaban las tumbas de 9.000.000 de soldados que habían muerto atrozmente y de más de 12.000.000 de civiles ensombrecerían los hermosos campos. Y como si la devastación de la guerra no hubiera sido suficiente, una plaga mortífera —la influenza española— en poco tiempo recorrió a Europa y reclamó otros millones de víctimas.
Los estudiantes de la Biblia se maravillarían ante la profecía de Revelación que predecía que a la guerra seguiría una “plaga mortífera” (Revelación 6:4, 8). Pero, en cambio, otras personas se maravillarían ante la perspectiva de un mundo libre de guerra. Sin embargo, la publicación intitulada A Political and Cultural History of Modern Europe dice lo siguiente sobre el armisticio: “Se firmó la paz, pero ésta no trajo un milenio [...] A medida que ahora echamos un vistazo a las primeras dos décadas del siglo veinte, podemos ver que la Guerra Mundial —sus antecedentes, su curso y sus consecuencias inmediatas— marcó el fin de una Era histórica y el comienzo de otra. Introdujo una Europa diferente, y un mundo diferente, en sentido político, económico e intelectual”.
Pero ¿cómo sería dicho “mundo diferente”?
Esfuerzos a favor de la paz
El 8 de enero de 1918, meses antes que terminara la guerra, el presidente estadounidense Woodrow Wilson publicó sus famosos “Catorce puntos”, los cuales delineaban sus proposiciones para la paz mundial. Wilson esperaba poner fin a la Era del imperialismo y garantizar la independencia y la inviolabilidad de todas las naciones mediante una Sociedad de Naciones. Dicho documento resultó ser el fundamento de la Conferencia de Paz de Versalles convocada el 18 de enero de 1919. Pero las naciones victoriosas tenían unas cuantas ideas propias respecto a la paz.
Estaban resueltas a imponer sobre Alemania todo el castigo que fuera posible. Así los conquistadores cargaron a Alemania con una serie de indemnizaciones y restricciones severas... un malogrado intento de destruir la influencia alemana en la escena mundial de una vez para siempre. El pueblo alemán quedó escandalizado por tales términos de paz. Esperarían el momento oportuno para hacer que Europa se tragara estas demandas.
No obstante, con el tiempo se aceptó la idea de una Liga de Naciones. Pero ni los Estados Unidos ni Alemania estuvieron entre los primeros 42 miembros de aquella sociedad. De acuerdo con el historiador Gerhard Schulz, la Sociedad de Naciones “tomó una forma diferente de la que se había planeado, y dejó tras sí un abismo que parecía insuperable entre las naciones que habían peleado unas contra otras en la guerra mundial. De ella no surgió paz inmediata alguna, sino una nueva enemistad que perpetuó los antagonismos de la Guerra”.
Demasiado pronto se vio la prueba de lo ineficaz que era aquel organismo para la paz. En octubre de 1935 Italia atacó a Etiopía y completó la conquista en mayo de 1936. La Sociedad de Naciones no pudo evitar la agresión. Tampoco pudo detener la guerra civil española que siguió a aquel incidente. En 1939 estalló la II Guerra Mundial. De las cenizas de esta guerra volvió a surgir la organización para la “paz”. En vista de la verdadera condición de los asuntos mundiales, su nombre era una burla: las Naciones Unidas. Ésta también ha resultado ser lamentablemente ineficaz.
Por qué el hombre no puede alcanzar la paz
El hombre no escarmentó con el primer conflicto global. Los rivales de hoy día que quieren dominar el mundo están impulsados por las mismas ambiciones que incendiaron al mundo en 1914. Como sus antecesores, los líderes actuales utilizan muchísimos de los recursos de sus respectivas naciones en equipo militar y planean meticulosamente estrategias para una guerra nuclear; hasta contemplan las horribles ventajas de atacar primero. No los restringe el hecho de que, aunque un mes de negociaciones no pudo detener el estallido de la I Guerra Mundial, ¡las trascendentales decisiones relacionadas con una guerra nuclear tal vez tengan que tomarse en cuestión de minutos!
Las demandas por el desarme, o hasta por una “congelación” de lo nuclear, no han tenido éxito hasta ahora. Los herederos de la Era nuclear apenas pueden asirse de una leve esperanza de que los líderes mundiales súbitamente se comporten de manera responsable... esperanza que recibe muy poco estímulo del registro histórico. Por ejemplo, el profesor Gerhard Schulz dice: “El lograr paz genuina presupone que haya un acuerdo mutuo con relación a las causas de la guerra; es preciso eliminar completamente dichas causas; las viejas estructuras políticas y económicas tienen que ser reemplazadas por estructuras nuevas que estén libres de las claras causas de la guerra. Sin embargo, sabemos que esto apoya el principio de la utopía, pues expresa una verdad que actualmente no se ha realizado en ningún lugar”.
Además, lo que la Biblia dice en Santiago 4:1, 2 recalca que es poco probable que el hombre pueda traer la paz: “¿De qué fuente son las guerras y de qué fuente son las peleas entre ustedes? ¿No son de esta fuente, a saber, de sus deseos vehementes de placer sensual que llevan a cabo un conflicto en sus miembros? Ustedes desean, y sin embargo no tienen. Siguen asesinando y codiciando, y sin embargo no pueden obtener. Siguen peleando y guerreando”. Mientras tales deseos egoístas impulsen al hombre, éste no podrá alcanzar la paz.
¿La Era final del hombre?
Por lo tanto, ¿se dirige el hombre hacia un desastre termonuclear? Hasta las personas más optimistas se preguntan esto. Sin embargo, los estudiantes de la Biblia pueden decir con confianza que el hombre no ha alcanzado su Era final. Estos estudiantes no se sorprendieron por los sucesos que culminaron en la I Guerra Mundial. Ellos tenían el conocimiento de profecías bíblicas que predijeron específicamente un tiempo de conflicto mundial. (Vea Mateo 24:6-8; Revelación 6:1-4.)
También sabían que nunca ha sido la intención de Dios dejar que el hombre se gobierne a sí mismo. Ningún Dios de amor aprobaría las terribles consecuencias de la gobernación del hombre. Por eso el profeta Jeremías declaró: “Bien sé yo, oh Jehová, que al hombre terrestre no le pertenece su camino. No le pertenece al hombre que está andando siquiera dirigir su paso”. (Jeremías 10:23.)
Sin embargo, Dios ha permitido un tiempo para que el hombre se gobierne a sí mismo a fin de demostrar lo necesario que es un gobierno celestial.
Las personas razonables que han estudiado los pasados fracasos del hombre y la condición actual de los asuntos mundiales tienen poca duda tocante a que la gobernación de Dios hace muchísima falta. Dentro de poco el gobierno de Dios “triturará y pondrá fin” a todos los gobiernos terrestres y sus apoyadores (Daniel 2:44). Una “grande muchedumbre” de sobrevivientes disfrutará de vida bajo este gobierno en un Paraíso terrestre libre de las contiendas de la guerra (Revelación 7:14-17; Isaías 2:4). Los testigos de Jehová se están preparando ahora para vivir bajo este gobierno.
Pero ¿qué hará usted? Por medio de estudiar la Biblia puede llegar a entender mejor las promesas de Dios y saber cómo ponerse de parte de la gobernación de Dios; o, con la esperanza de que el hombre hallará algún día un modo de escapar del dilema actual, usted puede poner su vida —y su futuro— en manos de la gobernación humana y así pasar por alto las lecciones de la historia.
[Ilustraciones en la página 25]
Ni la Sociedad de Naciones ni las Naciones Unidas han evitado las guerras ni las interminables filas de sepulturas
SOCIEDAD DE NACIONES
NACIONES UNIDAS
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